jueves, 26 de febrero de 2015

Nombre de Guerra (5)

Linda abandona el pasillo mientras llama por su celular y yo, pues más nerviosa que un chihuahua en medio de la calle. Miranda me sonríe y me conduce hasta la cocina, me presenta con los únicos dos cocineros que hay y después reúne al resto de las chicas meseras. 

-          Muy bien señoritas, a partir de hoy tienen a una nueva compañera. Ella es Katrina. Estará con nosotros en el turno vespertino, yo la entrenare durante la primera semana, pero el resto del mes de prueba quiero que la traten como lo que somos, una familia. –

Pude notar algunas sonrisas sinceras y otras no tan sinceras, pero creo que me ira bien. Miranda me enseña como tomar la charola, levantar pedidos, entregar platillos y bebidas a los clientes.


En pocos días el trabajo me resulta lo más familiar y me empiezo a desenvolver con muchísima naturalidad.

 Así paso los próximos 5 años, trabajando como mesera, levantando pedidos, entregando bebidas y llevando las cuentas a los hombres en corbata que me dejaban hasta 50 dólares de propina, al principio sentía que no merecía ese dinero, me lo ganaba demasiado fácil, pero cada noche que me tenía que vendar las muñecas del dolor de cargar pesadas charolas, olvidaba esa culpa.
Cinco años después seguía metida en ese lugar, pero esta vez no era la inocente mesera que comenzó. De haber sabido a donde me llevaría un chantaje, hubiera preferido morir de hambre en el frío.

Un lunes me prepare como de costumbre para mi trabajo, esta vez ya con mis 21 años, viviendo sola, ya era dueña de mi viejo automóvil que me transportaba por toda la ciudad y estudiando mi carrera profesional comenzando el cuarto semestre.
Como de costumbre arroje mi mochila en la parte baja del compartimiento y tome el uniforme que estaba cuidadosamente doblado y planchado en uno de los niveles junto con mis sensuales medias de red, y el nuevo par de botas de cuero que nos habían comprado a cada empleada.
Cada una de nosotras tenía un par de botas distinto, que según el señor Marty, describía nuestra personalidad, estaba la chica con las botas vaqueras, la chica con las botas lindas y femeninas, y las mías eran negras con unas finas cadenitas colgando a los costados. El señor Marty decía que siempre me imaginaba conduciendo una Harley.
Entro al baño para darme una ducha caliente aprovechando que la de mi departamento dejo de funcionar, me pongo mi uniforme de mesera y al salir del cuarto de baño cepillo mi cabello frente al espejo de la pared, ya han pasado dos años desde mi último corte así que el largo de mi cabello llega por debajo de mis pechos, cada vez es más difícil controlarlo. En la cocina del Libelula están los mismos cocineros que me presentaron hace 5 años, John y Jesus, quienes nunca me di la oportunidad de  conocer más allá de una relación laboral. Los saludo y tomo mi charola para comenzar a tomar órdenes. Para ser inicio de semana, las mesas están casi llenas así que solo espero que mi cartera salga igual de llena en propinas.
Al cabo de una hora ya he metido cinco órdenes a la cocina, hamburguesas, alitas de pollo y sándwiches son los preferidos de los hombres de negocios, obviamente todos acompañados de su gigantesca orden de papas fritas y sus tarros de cerveza.


-          Hamburguesa de sirloin con tocino, papas a la francesa grande con queso y un tarro de cerveza oscura. – Confirmo la orden al llevarla al gigantesco hombre acompañado por otro que bien parecería su clon en tamaño.
-          Así es princesa, tu bien sabes que nos gusta a los hombres. – Su voz es tan repulsiva como su apariencia. Al menos 150 kilos, y bañado en su propio sudor que le da un aroma que no puede ir mejor con su apariencia. 
-          Si necesita cualquier otra cosa, solo llámenos a mi o alguna de mis compañeras. – Respondo seriamente. No es el primer ni último hombre que me hable así, pero siempre y cuando no me toque, no me molesta. 
-          Claro que nos volveremos a ver muñequita. – Se lleva una papa a la boca y se ríe al unísono con su compañero.

Regreso a la cocina y me aborda rápidamente Kristen, una compañera.  

-          Hoy te toco la mala suerte de recibir a Pork. – No necesito siquiera preguntar a quien se refiere con ese sobrenombre. 
-          Que original Kristen. – Le digo burlándome de ella. Ella descubre mi burla y se ríe.
-          Es asqueroso. De los pocos clientes que quisiera que se sobrepasara para que nunca jamás volviese a entrar aquí. – Arruga la nariz mientras observa al cliente por la ventanilla de la puerta en la cocina. 
-          Pues sí, efectivamente no es el hombre más agradable que ha estado aquí, pero poco podemos hacer al respecto, solo podemos esperar a que se atragante con su comida y nos deje una buena propina.
-          Es que ni siquiera eso vale la pena de él, tu sabes Kat, - Hace una pausa mientras se sujeta su pelirroja cabellera en una cola de caballo mientras sostiene su charola con los muslos y continua.- Tu sabes que hay clientes que toleramos porque sabemos que sus propinas son generosas, pero él… ni siquiera eso. Su propina más alta ha sido de 3 dólares. 
-          Relájate Kristen, es parte del trabajo. – Lo miro desde la ventana y puedo ver cómo me busca con la mirada hasta que me encuentra, me hace una seña de que quiere la cuenta. – Mira, ya está pidiendo la cuenta, veamos cuanto nos deja el día de hoy, ¿Tu que dices? ¿Sera mayor a 3 dólares? – Apuesto con Kristen. 
-         Yo opino que no. Así que tú vas a que sí. – Me dice mientras salgo con el enorme comensal.

Paso a la caja por su tiquet de consumo, y sus mentitas para el  mal aliento, decido ponerle el doble porque definitivamente lo necesitara. 

-          Aquí tiene su cuenta señor. – Le extiendo el tiquet en la charolita negra con sus dulcecitos. – ¿Desea pagar en efectivo o desea que le traiga la terminal para pago con tarjeta? 
-          Mmmmm… 50 dolares, creo que traigo la cantidad exacta, chiquita. – Llamame asi una vez más y le reviento la charola en la cabeza.  Sonrío hipócritamente. Me regresa la charola con 51 dólares. Le deseo buen dia y entro a la cocina con el pago para mostrárselo a Kristen. 
-          Te lo dije. 3 dolares ha sido demasiado para el. 
-          Te debo un café Kris, mañana que pase a Starbucks te lo traigo. 
-          Siempre es un placer hacer negocios contigo.- Me dice sonriente.


Al terminar el turno estoy muerta de cansancio, limpiamos las mesas y recogemos las sillas rápidamente para poder escaparme a casa aunque sea unos minutos antes. Llego a mi departamento y aviento todo el uniforme al suelo, me pongo mi pijama de lana y caigo dormida en los siguientes dos minutos, hasta que mi despertador suena a las 5:30 de la mañana. Maldita sea, dormí dos segundos, o eso siento. 
Cuando saco la mano de las cobijas noto que el clima esta demasiado frio y muevo la cortina para ver hacia afuera pero no puedo ver nada. El cristal esta cubierto por hielo. Genial. Me voy a tener que poner las medias del trabajo debajo de los jeans otra vez. La ultima vez que lo hice Ishkra y Kira las pudieron notar cuando me agache a recoger mi celular, no soporte el interrogatorio de que estaba haciendo con unas medias de red, pero no quedaron convencidas con el pretexto de que las había comprado por un dólar en un mercado local. Esta vez tendre mas cuidado si no quiero que las agentes me interroguen nuevamente.
Me visto como de costumbre y me dirijo a la facultad pero a medio camino mi auto decide olvidarse como funcionar dejándome varada por diez minutos. Cuando por fin se decidio a funcionar nuevamente, ya es tarde para mi primera clase, odio llegar tarde y esa sensación de los ojos que me miran juzgándome por interrumpir la clase. Pero esta vez los ojos que me mirarían detrás poco me importarían.
Entro corriendo al edificio y subo las escaleras aprisa hasta el tercer piso, y me apresuro para ir al aula al final del pasillo. Respiro antes de entrar al salón y me acomodo el cabello alborotado por la corredera.
-          Buenos días, ¿Puedo pasar? – Digo mientras miro hacia mi mochila que me acabo de quitar de la espalda. 
-          Adelante señorita. – La voz me resulta conocida. Levanto la mirada y me quedo helada e inmóvil al ver la misma sonrisa repugnante que la noche anterior. Es Pork.

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