Linda abandona el pasillo
mientras llama por su celular y yo, pues más nerviosa que un chihuahua en medio
de la calle. Miranda me sonríe y me conduce hasta la cocina, me presenta con
los únicos dos cocineros que hay y después reúne al resto de las chicas meseras.
-
Muy bien señoritas, a partir de hoy tienen
a una nueva compañera. Ella es Katrina. Estará con nosotros en el turno
vespertino, yo la entrenare durante la primera semana, pero el resto del mes de
prueba quiero que la traten como lo que somos, una familia. –
Pude notar algunas
sonrisas sinceras y otras no tan sinceras, pero creo que me ira bien. Miranda
me enseña como tomar la charola, levantar pedidos, entregar platillos y bebidas
a los clientes.
En pocos días el trabajo
me resulta lo más familiar y me empiezo a desenvolver con muchísima
naturalidad.
Así paso los próximos 5 años, trabajando como mesera, levantando
pedidos, entregando bebidas y llevando las cuentas a los hombres en corbata que
me dejaban hasta 50 dólares de propina, al principio sentía que no merecía ese
dinero, me lo ganaba demasiado fácil, pero cada noche que me tenía que vendar
las muñecas del dolor de cargar pesadas charolas, olvidaba esa culpa.
Cinco años después seguía
metida en ese lugar, pero esta vez no era la inocente mesera que comenzó. De
haber sabido a donde me llevaría un chantaje, hubiera preferido morir de hambre
en el frío.
Un lunes me prepare como
de costumbre para mi trabajo, esta vez ya con mis 21 años, viviendo sola, ya
era dueña de mi viejo automóvil que me transportaba por toda la ciudad y
estudiando mi carrera profesional comenzando el cuarto semestre.
Como de costumbre arroje
mi mochila en la parte baja del compartimiento y tome el uniforme que estaba
cuidadosamente doblado y planchado en uno de los niveles junto con mis
sensuales medias de red, y el nuevo par de botas de cuero que nos habían
comprado a cada empleada.
Cada una de nosotras tenía
un par de botas distinto, que según el señor Marty, describía nuestra personalidad,
estaba la chica con las botas vaqueras, la chica con las botas lindas y
femeninas, y las mías eran negras con unas finas cadenitas colgando a los
costados. El señor Marty decía que siempre me imaginaba conduciendo una Harley.
Entro al baño para darme
una ducha caliente aprovechando que la de mi departamento dejo de funcionar, me
pongo mi uniforme de mesera y al salir del cuarto de baño cepillo mi cabello
frente al espejo de la pared, ya han pasado dos años desde mi último corte así
que el largo de mi cabello llega por debajo de mis pechos, cada vez es más
difícil controlarlo. En la cocina del Libelula
están los mismos cocineros que me presentaron hace 5 años, John y Jesus,
quienes nunca me di la oportunidad de
conocer más allá de una relación laboral. Los saludo y tomo mi charola
para comenzar a tomar órdenes. Para ser inicio de semana, las mesas están casi
llenas así que solo espero que mi cartera salga igual de llena en propinas.
Al cabo de una hora ya he
metido cinco órdenes a la cocina, hamburguesas, alitas de pollo y sándwiches
son los preferidos de los hombres de negocios, obviamente todos acompañados de
su gigantesca orden de papas fritas y sus tarros de cerveza.
-
Hamburguesa de sirloin con tocino, papas a la
francesa grande con queso y un tarro de cerveza oscura. – Confirmo la orden al
llevarla al gigantesco hombre acompañado por otro que bien parecería su clon en
tamaño.
-
Así es princesa, tu bien sabes que nos
gusta a los hombres. – Su voz es tan repulsiva como su apariencia. Al menos 150
kilos, y bañado en su propio sudor que le da un aroma que no puede ir mejor con
su apariencia.
-
Si necesita cualquier otra cosa, solo
llámenos a mi o alguna de mis compañeras. – Respondo seriamente. No es el
primer ni último hombre que me hable así, pero siempre y cuando no me toque, no
me molesta.
-
Claro que nos volveremos a ver muñequita. –
Se lleva una papa a la boca y se ríe al unísono con su compañero.
Regreso
a la cocina y me aborda rápidamente Kristen, una compañera.
-
Hoy te toco la mala suerte de recibir a Pork. – No necesito siquiera preguntar a
quien se refiere con ese sobrenombre.
-
Que original Kristen. – Le digo burlándome
de ella. Ella descubre mi burla y se ríe.
-
Es asqueroso. De los pocos clientes que
quisiera que se sobrepasara para que nunca jamás volviese a entrar aquí. –
Arruga la nariz mientras observa al cliente por la ventanilla de la puerta en
la cocina.
-
Pues sí, efectivamente no es el hombre más
agradable que ha estado aquí, pero poco podemos hacer al respecto, solo podemos
esperar a que se atragante con su comida y nos deje una buena propina.
-
Es que ni siquiera eso vale la pena de él,
tu sabes Kat, - Hace una pausa mientras se sujeta su pelirroja cabellera en una
cola de caballo mientras sostiene su charola con los muslos y continua.- Tu
sabes que hay clientes que toleramos porque sabemos que sus propinas son
generosas, pero él… ni siquiera eso. Su propina más alta ha sido de 3 dólares.
-
Relájate Kristen, es parte del trabajo. –
Lo miro desde la ventana y puedo ver cómo me busca con la mirada hasta que me
encuentra, me hace una seña de que quiere la cuenta. – Mira, ya está pidiendo
la cuenta, veamos cuanto nos deja el día de hoy, ¿Tu que dices? ¿Sera mayor a 3
dólares? – Apuesto con Kristen.
- Yo opino que no. Así que tú vas a que sí. –
Me dice mientras salgo con el enorme comensal.
Paso
a la caja por su tiquet de consumo, y sus mentitas para el mal aliento, decido ponerle el doble porque
definitivamente lo necesitara.
-
Aquí tiene su cuenta señor. – Le extiendo
el tiquet en la charolita negra con sus dulcecitos. – ¿Desea pagar en efectivo
o desea que le traiga la terminal para pago con tarjeta?
-
Mmmmm… 50 dolares, creo que traigo la
cantidad exacta, chiquita. – Llamame asi
una vez más y le reviento la charola en la cabeza. Sonrío hipócritamente. Me regresa la charola
con 51 dólares. Le deseo buen dia y entro a la cocina con el pago para
mostrárselo a Kristen.
-
Te lo dije. 3 dolares ha sido demasiado
para el.
-
Te debo un café Kris, mañana que pase a
Starbucks te lo traigo.
-
Siempre es un placer hacer negocios
contigo.- Me dice sonriente.
Al
terminar el turno estoy muerta de cansancio, limpiamos las mesas y recogemos
las sillas rápidamente para poder escaparme a casa aunque sea unos minutos
antes. Llego a mi departamento y aviento todo el uniforme al suelo, me pongo mi
pijama de lana y caigo dormida en los siguientes dos minutos, hasta que mi
despertador suena a las 5:30 de la mañana. Maldita sea, dormí dos segundos, o
eso siento.
Cuando
saco la mano de las cobijas noto que el clima esta demasiado frio y muevo la
cortina para ver hacia afuera pero no puedo ver nada. El cristal esta cubierto
por hielo. Genial. Me voy a tener que poner las medias del trabajo debajo de
los jeans otra vez. La ultima vez que lo hice Ishkra y Kira las pudieron notar
cuando me agache a recoger mi celular, no soporte el interrogatorio de que
estaba haciendo con unas medias de red, pero no quedaron convencidas con el
pretexto de que las había comprado por un dólar en un mercado local. Esta vez
tendre mas cuidado si no quiero que las agentes me interroguen nuevamente.
Me
visto como de costumbre y me dirijo a la facultad pero a medio camino mi auto
decide olvidarse como funcionar dejándome varada por diez minutos. Cuando por
fin se decidio a funcionar nuevamente, ya es tarde para mi primera clase, odio
llegar tarde y esa sensación de los ojos que me miran juzgándome por
interrumpir la clase. Pero esta vez los ojos que me mirarían detrás poco me
importarían.
Entro
corriendo al edificio y subo las escaleras aprisa hasta el tercer piso, y me
apresuro para ir al aula al final del pasillo. Respiro antes de entrar al salón
y me acomodo el cabello alborotado por la corredera.
-
Buenos días, ¿Puedo pasar? – Digo mientras
miro hacia mi mochila que me acabo de quitar de la espalda.
-
Adelante señorita. – La voz me resulta
conocida. Levanto la mirada y me quedo helada e inmóvil al ver la misma sonrisa
repugnante que la noche anterior. Es Pork.